José Contel

CEIIBA – EA 7412, université Toulouse – Jean-Jaurès

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Tlalloc-Tlallocan : l’altepetl archétypique
Il y a plus d’un siècle, Georges Raynaud écrivait avec une grande clairvoyance dans un opuscule dédié à Tlalloc « de tous les dieux en rapport avec le Cipactli un seul se rattache comme lui à la terre et aux eaux, c’est le dieu que l’on pourrait qualifier lui aussi d’altepetl, Tlaloc. C’est donc lui qui empruntera à la terre primordiale, à la terre mêlée à l’eau, sa gueule caractéristique de dragon ». Les sources aussi décrivent Tlallocan comme l’altepetl original dont dérivent les altepeme terrestres. Le culte de Tlalloc est étroitement lié à celui-là des montagnes et par conséquent au culte de l’altepetl. Ce sont précisément les liens multiples qui unissent le dieu de la pluie à l’altepetl que je propose d’éclaircir dans le présent travail à partir des sources alphabétiques en nahuatl et en espagnol, ainsi qu’à partir des sources pictographiques et archéologiques.

Mots-clés : Altepetl, Tlalloc, Tlallocan, Tollan, Mésoamérique, Mexique central, Postclassique.

Introducción: el altepetl arquetípico

  1. El difrasismo altepetl, “agua-cerro” o “cerro de agua”, conocido también bajo la forma in atl in tepetl, “el agua el cerro”, era según diferentes vocabularios de los siglos XVI y XVII, la metáfora usada por los antiguos nahuas para denominar “el pueblo, la ciudad, la provincia, el rey (Molina 1992) o “la tierra de alguien” (Arenas en GDN). Sea lo que fuere, mucho más relevante que las propuestas de los diferentes diccionarios resulta la explicación de los informantes de Sahagún sobre el significado de altepetl:

in nican nueva españa tlaca, in ye huecauh tlacva, quitoaya inin ca umpa huallauh, umpa hualehua in tlalocan, ca iiaxca, ca itech quiza in teutl, in itoca, chalchiuhtli icue. Ihuan quitoaya ca in tepetl zan nahualca, zan pani in tlallo, in teyo, ca zan yuhquin comitl, noce yuhquin calli, ca tentica in atl umpa ca; intla quenman monequiz xitiniz in tepetl, ca apachihuiz icemanahuac. Auh ic contocayoque, inin necentlaliliztlaca, altepetl, quitoaya inin altepetl, inin atoyatl, ca ompa hualehua, in itic tepetl, ca umpa quihualihua, quihualmacahua in chalchiuitl icue. (CF 1979, XI: fol. 223v)

La gente de aquí, de la Nueva España, los ancianos, decían que [los ríos] vienen de allá, que vienen de Tlallocan, ya que son propiedad de la diosa (teutl) llamada Chalchihuitlicue, ya que salen de ella. Y decían que el cerro tiene una naturaleza oculta; sólo por encima es de tierra, de piedra; pero es como una olla, como una casa llena de agua. Y si se le ocurriera a alguien destruir el cerro, se cubriría de agua el mundo. Por ello dieron el nombre de altepetl (agua-cerro) a los asentamientos humanos. Decían de aquella montaña de agua (altepetl): ese río de alli viene, brota desde el interior del cerro; Chalchihuitlicue lo deja escapar de sus manos. (Traducción de José Contel)

  1. Este texto sacado del Códice Florentino es fundamental, no sólo porque nos da una definición del concepto de altepetl sino también y sobre todo porque nos presenta Tlallocan, como el lugar divino que le dio origen (Auh ic contocayoque, inin necentlaliliztlaca, altepetl, “Por ello dieron el nombre de altepetl [agua-cerro] a los asentamientos humanos”). Tlallocan, “El lugar de Tlalloc” es el altepetl original, el arquetipo, como descrito por los informantes, una montaña llena de agua de donde salen todas las aguas enviadas por Chalchihuitlicue y encarnadas en ella. Desde luego, al igual que López Austin (1994: 178), considero que la pareja de Tlalloc y Chalchiuhtlicue es uno de los desdoblamientos del mismo dios. Es más, la diosa por ser el agua también resulta indisociable del concepto de altepetl. El altepetl, es el cerro (Tlalloc: “El que encarna la tierra”) con su falda de agua (Chalchiuhtlicue: “La falda de Jade”). Así viene representado en los manuscritos pictográficos del Centro de México.

Figura 1. El Agua-cerro con rasgos de Tlalloc, ilustración de la fiesta Huey Pachtli o Tepeilhuitl, fol. 4r, Códice Telleriano Remensis (1995).

Figura 2. El Agua-cerro reticulado con rasgos de Tlalloc, ilustración de la fiesta Huey Pachtli o Tepeilhuitl, fol. 48v, Códice Vaticano A (1996).

  1. Tenemos representaciones del trinomio “Altepetl-Tlalloc-Tlallocan” en el folio 48v del Códice Vaticano A (Figura 2) o en el folio 4r del Códice Telleriano Remensis (Figura 1) que ilustra la fiesta o veintena del xiuhpoalli (ibid.) Huey pachtli (La Gran Tillandsia), conocida sobre todo como Tepeilhuitl, “La fiesta del Cerro”. En estas pinturas, se reconoce el dios de la lluvia Tlalloc, en forma abreviada (el rostro y la pechera) adosado a un cerro verde –reticulado en el Códice Vaticano A– de cuya base brota el agua (Figura 2). De hecho, en estas dos pinturas vienen representados todos los elementos del trinomio:

– el cerro (tepetl) asociado al agua (atl)altepetl.

– el dios Tlalloc representado en forma abreviada (también puede significar quiahuitl, “lluvia”).

– el rostro del dios asociado a la montaña = Tlalloctepetl o Quiauhtepetl, “Monte Tlalloc” o Tlallocan, “lugar de Tlalloc”.

  1. Es más, en la pintura del Códice Telleriano, si se fija uno bien, no hay un cerro sino dos, el uno apoyado contra el otro. De hecho, el cerro, más pequeño que está en primer plano constituye el cuerpo del dios de la lluvia, por lo que propongo que la imagen ha de interpretarse: Tlalloc-Tlallocan-Altepetl. Entonces, sería legítimo preguntarse ¿qué tiene que ver la fiesta Tepeilhuitl o Huey Pachtli con el altepetl?
  2. Por falta de espacio no se podrá analizar aquí pormenorizadamente dicha fiesta, por ello haré sólo hincapié en un aspecto que ejemplifique mi razonamiento. A raíz de lo arriba dicho y apoyándome en Michel Graulich (1999: 170), puntualizaré que Tepeilhuitl, además de ser una fiesta “cuyo objeto era obtener la lluvia y el agua para el crecimiento del maíz” y curar las enfermedades enviadas desde los cerros por los Tlalloque, es también la fiesta del altepetl. Ello se confirma en los códices del grupo Magliabechiano. En efecto, en los Códices Tudela (fol. 23r), Fiestas (fol. 16r), Códice Magliabechiano (fol. 40v) y Códice Ixtlilxóchitl (fol. 100r) (Batalla 2002: 212-215) se dice que Huey Pachtli “era fiesta del Pueblo…”, es decir la fiesta de la ciudad. Otro nombre de la misma fiesta era Coailhuitl que significa literalmente “fiesta de las serpientes” pero que Durán (1984, t. 1, ch. 16: 153) traduce por “fiesta de toda la tierra”, en otras palabras, la fiesta del altepetl. Para Graulich (1999: 170), Tepeilhuitl era no sólo la fiesta de las ciudades sino también de sus patrones. Las glosas del Códice Telleriano Remensis pero también las del Vaticano A dan a entender que en aquella ocasión se celebraban los dioses tutelares:

[…] fiesta q[ue] se dize del omillamiento asi como angel de la guard[i]a por q[ue] cada vno tenía su avogado el que a el le pareçia y este avogado es esto como fiesta de los avogados esta era la gra[n]de fiesta del omillamiento en esta fiesta celebrava[n] la fiesta de todos sus dioses asi como quien dize fiesta de todos los sa[n]tos. (Códice Telleriano Remensis 1996: fol. 4r, paleografía de José Contel)

  1. Los términos “angel de la guardia”, “avogado” (repetido tres veces), y “santos”, son obvias interpolaciones cristianas que se refieren a los dioses aztecas en general y a las divinidades tutelares en particular ya que la palabra “avogado” tiene aquí un sentido metafórico, como encargado, intercesor, defensor, protector. Los cronistas religiosos del siglo XVI o XVII, aplicaban dicha terminología a los dioses aztecas. En Torquemada, el término “avogado” designa los dioses: por ejemplo, xiuhtecuhtli es el “avogado del fuego, llamado Vulcano”. Durán es todavía más explícito:

[…] en todas las ciudades, villas y lugares de esta Nueva España en su infidelidad tenían los indios un dios particular, y aunque los tenían todos y los adoraban y reverenciaban y celebraban sus fiestas, empero, uno en particular señalado, a quien como abogado del pueblo, con mayores ceremonias y sacrificios honraban… (Durán 1984, I: 61)

  1. Según Alfredo López Austin (1994: 212) los dioses tutelares “son dioses de los más diversos poderes” que “al convertirse en dioses patronos, viven en un cerro que es la réplica de Tlalocan”. Por lo tanto, ellos son los encargados de proteger el grupo, proveer la lluvia, etc.
  2. Ahora bien, como ya se ha mencionado, en los Códices Telleriano Remensis y Vaticano A, a los que añadiremos también el Códice Borbónico (lám. 32), la única entidad representada es Tlalloc-Tlallocan, el Altepetl arquetípico. Como lo apunta acertadamente Francisco del Paso y Troncoso (1985: 179-180), Tepeilhuitl significa “la fiesta del monte” y no de los montes ya que entonces en plural se diría Tetepeilhuitl, lo cual, según yo, confirma que se trata de la representación del modelo del que derivan todos los otros cerros y todos los otros dioses tutelares, todos los otros altepeme.
  3. En cuanto a la relación entre el altepetl, Tlalloc, Tlallocan y el pachtli es que todos son contenedores de agua. De hecho, el pachtli (Tillandsia usneoïde) es una planta epífita que absorbe y almacena el agua de lluvia y, como la bromelia, estaba estrechamente relacionado con el culto de la lluvia y los cerros desde tiempos inmemoriales.

 Tlalloc-Tlallocan

  1. Para López Austin (1994: 175): “La distinción entre Tlaloc y su reino Tlalocan era confusa en la antigüedad […] y a esta confusión se debe que tanto Tlalocan como sus réplicas, todos los cerros, fueron deificados”. Según Tim Knab (1991: 54), dicha confusión permanece hoy día entre los nahuas de San Miguel Tzinacapan, un pueblo de la Sierra de Puebla. Para ellos, Talok (el Tlalloc contemporáneo) “no es un ser sino un concepto. Taloc es talocan”. Por lo tanto, más que un lugar, Tlallocan es un concepto que abarca el conjunto de los dominios espaciales y temporales bajo la influencia de Tlalloc. Tlallocan es “donde y cuando está Tlalloc”. No es un lugar sino un estado que se apodera de los lugares, de las cosas y de los seres animados. Para dar algunos ejemplos concretos, Xopan, la temporada de lluvias y Ce-Quiahuitl, “Uno-Lluvia” la séptima trecena del tonalpohualli, cuyo regente es Tlalloc, forman parte de aquellos dominios temporales de Tlalloc-Tlallocan.
  2. De hecho, si Tlalloc es Tlallocan, entonces naturalmente Tlalloc también es el altepetl Nada sorprendente pues que Georges Raynaud (1907: 29) escribiera a propósito del dios azteca de la lluvia: “De todos los dioses relacionados con Cipactli, sólo uno está vinculado como él con la tierra y el agua, el dios que podríamos calificar también de altepetl: Tláloc. Él fue quien heredó de la tierra primordial, de la tierra mezclada con agua, su rostro característico de dragón”.
  3. A la acertada propuesta de Raynaud, añadiré que Tlalloc no es un altepetl sólo por su relación con el agua y la tierra sino también por su clara identificación a los cerros y a Tlallocan. Como lo escribe Johanna Broda, los Tlalloque, manifestación múltiple del gran dios de la lluvia, “no vivían simplemente en los cerros, sino que eran los mismos cerros personificados” y Tlalloc “mismo se identificaba con una montaña” (Broda 1971: 254). De hecho, ello se puede averiguar en las fuentes, tanto en la Hystoyre du Mechique como en la Historia general de Sahagún (1989, lib. 1: 61) todos los cerros eran tlalloque. Es lo que también parece sugerir un pasaje de la Hystoyre du Mechique (fol. 84r):

Le Dieu Tlaloc qui est dieu des eaux fit ceste mesme annee l’eau, la pluie, et pour ce quilz disent que les nuees sortent des monts ilz appellent touts les monts Tlatoqs que veult dire seigneurs. (Paleografía de José Contel)

El dios Tlalloc, que es dios de las aguas, hizo en este mismo año el agua, la lluvia, y porque dicen que las nubes salen de los montes, ellos llaman a todos los montes Tlatoque que quiere decir señores. (Traducción de José Contel)

  1. Aquí pienso como De Jonghe (1905: 26), Garibay (1985: 105) o Tena (2011: 149, nota 14) que hay una mala interpretación del autor de la versión al francés y se ha de entender: “ellos llaman a todos los montes tlalloque…” y no tlatoque. Otros cronistas como por ejemplo Fray Diego Durán insisten también en la obvia identificación del dios al Monte Tlalloc y a la sierra Tlallocan:

Llamaban del mesmo nombre de este ídolo a un cerro alto que está en términos de Coatlinchan y Coatepec y, por la otra banda, parte términos con Huexotzinco. Llaman hoy día a esta sierra Tlalocan, y no sabré afirmar cuál tomó la denominación de cuál: si tomó el ídolo de aquella sierra, o la sierra del ídolo. Y lo que más probablemente podemos creer es que la sierra tomó del ídolo, porque como en aquella sierra se congelan las nubes y se fraguan algunas tempestades de truenos y relámpagos y rayos y granizos, llamáronla Tlalocan, que quiere decir “el lugar de Tláloc”. (Durán 1984, I: 82)

  1. El que Tlalloc era una montaña se evidencia aún más a continuación en la descripción que el cronista dominico hace del adoratorio del dios ubicado en la cumbre del cerro epónimo:

En medio de esta pieza, sentado en un estradillo, tenían al ídolo Tláloc, de piedra […]. A la redonda de él había cantidad de idolillos pequeños, que lo tenían en medio, como a principal señor suyo, y estos idolillos significaban los demás cerros y quebradas que este gran cerro tenía a la redonda de sí. (ibid.)

  1. Esa confusión entre Tlalloc y el cerro epónimo también se puede averiguar en Pomar (1986: 60): “Llámose este cerro, donde antiquísimamente estaba el ídolo, tláloc, de manera que el ídolo se llamaba tláloc, y, el cerro y montaña, lo mismo”. El que Tlalloc era una montaña se evidencia aún más a continuación en la descripción que el cronista dominico hace del adoratorio del dios ubicado en la cumbre del cerro epónimo:

En medio de esta pieza, sentado en un estradillo, tenían al ídolo Tláloc, de piedra […]. A la redonda de él había cantidad de idolillos pequeños, que lo tenían en medio, como a principal señor suyo, y estos idolillos significaban los demás cerros y quebradas que este gran cerro tenía a la redonda de sí. (Durán 1984, I: 82)

  1. Pero dicha confusión estriba en el que el dios es el cerro y viceversa. Tlalloc es la primera montaña, la montaña arquetípica, es más, es el primer altepetl y todos los reinos habían de ser réplicas del Tlallocan mítico.

Tlallocan-Paraíso terrenal, modelo natural de riqueza, abundancia y prosperidad

  1. “En llamarse Tlaloc Tlamacazqui –escribía Sahagún– quiere decir que es dios del paraíso terrenal, y que da a los hombres los mantenimientos necesarios para la vida corporal” (Sahagún 1989, lib. 1: 38). Escuchemos entonces que descripción hacían los informantes de Sahagún de aquel lugar edénico:

auh in tlalocan cenca ne/tlamachtilo, cenca necuiltonol, aic mihjiovia, aic polivi in elotl, in aiotetl, yn aioxochquilitl, in oauhtzontli, in chilchotl, in xitomatl, yn exotl, in cempoalxochitl. (CF 1979, III: fol. 27v y 28r)

En Tlallocan, hay mucha prosperidad, mucha riqueza. Nunca se sufre, nunca faltan los elotes, las calabazas, las flores de calabazas, el amaranto, los chiles, los tomates, los ejotes, y la cempoalxochitl. (Traducción de José Contel)

  1. La versión de Torquemada (1986, t. 1, lib. 6, cap. 21: 45), a pesar de una obvia autocensura, no deja de ser laudatoria. Es tanto más relevante que establece un vínculo entre la abundancia y la montaña:

[…] no le daban por lugar de su morada la Mar, como los Griegos, sino otro en la Tierra, fingiendo ser muy agradable, y deleitoso, muy fértil, y colmado de frutas, y frescuras. Decían, que su situación, y asiento era en un monte altísimo, y grandísimo, en el qual se formaban, y engendraban las Aguas, y lluvias…

  1. Tlalloc y los dioses de Tlallocan son ricos. Ellos son los poseedores y proveedores de todas las verdaderas riquezas como lo aseveran los Quequetzalcoa a los doce frailes franciscanos enviados por Carlos Quinto y el Papa Adriano VI para convertir a los indios de la Nueva España:

Auh quitotiuj ac iehoantin techmaceuhquein tocochca, in toneuhca,, auh in ixqujch yn joanj, in qualonj. In tonacaiotl, in tlaolli, in etl, in oauhtli, in chiê iehoantin timijtlanjilia yn atl, in quiavitl, inic tlamochiva tlalticpac,No iehoantin mocuiltonoa, motlamachtia, axcavaque iehoantin tlatqujvaque. Inic muchipa cemjcac tlatzmolintoc, tlaxoxouixtoc in inchan in canjn in quenamjcâ tlalocâ, aic tle maianaliztlj vmpa muchiva, atle cocoliztli, atle netolinjliztli. (Sahagún 1986: 151)

Y decían [nuestros ancestros]: que ellos [los dioses] nos dan nuestro sustento, nuestro alimento, todo cuanto se bebe, se come, nuestro sustento, el maíz, el frijol, los bledos, la chía. Ellos son a quienes pedimos el agua, la lluvia, por las que se producen las cosas en la tierra. Ellos mismos son ricos, son felices, poseen las cosas, son dueños de ellas, de tal suerte que siempre, por siempre, hay germinación, hay verdear en su casa. ¿Dónde, cómo? En Tlalocan, nunca hay allí hambre, no hay enfermedad ni pobreza. (Paleografía y traducción de Miguel León-Portilla [ed.] in Sahagún 1986: 151)

  1. Por lo tanto, es obvio que el Tlallocan paradisíaco era una referencia para cualquier gobernante que quería ofrecer el bienestar a su pueblo. Por ello, el lugar divino tenía sus réplicas “paradisiacas” en la Tierra. Como lo escribía Torquemada (1986, t. 1, lib. 6, cap. 21: 45), Tlallocan es un lugar “en la Tierra”. Los nahuas prehispánicos situaban Tlallocan al este del lago de Tezcoco, en la larga sierra que va del Iztaccihuatl al Monte Tlalloc (Durán 1984: 82). Dichas tierras eran tan ricas y fértiles que les daban el nombre del más allá. El testimonio de Fray Diego Durán es de los más explícitos. Escribe a propósito del famoso Popocatepetl, y de los numerosos montes que lo rodean, todos considerados tlalloque por Sahagún (1989, lib. 1: 61):

A este cerro reverenciaban los indios antiguamente por el más principal cerro de todos los cerros; especialmente todos los que vivían alrededor de él y en sus faldas; la cual tierra, cierto, así en temple, como de todo lo que se puede desear, es la mejor de la tierra, y así, con ser sus faldas tan ásperas de quebradas y cerros y tierra asperísima, están los cerros y quebradas pobladísimos de gente, y lo estuvieron siempre, por las ricas aguas que de este volcán salen y por la fertilidad grande que de maíz alrededor de él se coge […], no olvidando el hermoso y abundante trigo que sus altos y laderas se coge. (Durán 1984, I: 164-165)

  1. La complementariedad de los elementos tierra y agua es la que hace la riqueza de las montañas, es la condición sine qua non para conseguir una producción agrícola abundante necesaria para cualquier asentamiento humano. Ese equilibrio natural viene sintetizado en el difrasismo in atl in tepetl. Aquel principio dual y fecundo es el que encarna natural y esencialmente Tlalloc y que se proyecta en todas sus réplicas terrestres.

La tierra de los olmecas, huixtotin y mixtecas: una réplica terrestre

  1. Otra réplica de Tlallocan, más bien otra tierra u otro altepetl que se beneficia de la influencia del dios de la lluvia es el país de los olmeca, huixtotin y mixteca, situado en las tierras cálidas y húmedas de la costa del Golfo de México. Aquel pueblo, que como el mexica se consideraba descendiente de los toltecas, habitaba en una región de una riqueza equivalente a la morada mítica de Tlalloc:

[…] Y son muy ricos, porque sus tierras son muy ricas, fértiles y abundosas, donde se da todo género de bastimento en abundancia. Allí dase mucho cacao, y la rosa o especie aromática llamada teunacaztli, y el otro género de cacao que llaman cuappatlachtli; dase también allí el olli, que es una goma negra de un árbol que se llama olli, y la rosa que llaman yolloxúchitl, y todas las demás rosas que son muy preciadas. Allí es la madre de las aves que crían pluma muy rica, que llaman zacuan, tlauhquéchol, xiuhtótotl, y papagayos grandes y chicos, y el ave que llaman quetzaltótotl. También se traen de allí las piedras muy ricas de chalchihuites y las piedras turquesas; allí se halla también mucho oro y plata. Tierra, cierto, fertilísima, por lo cual le llamaron los antiguos Tlalocan, que quiere decir tierra de riquezas o paraíso terrenal. (Sahagún 1989, lib. 10, ch. 29: 669)

  1. Para López Austin (1994: 182), aquí la evocación de Tlallocan procedería de una confusión con Tamoanchan. Su hipótesis estriba en el hecho de que, según el Códice Florentino, los toltecas, después de una estancia en Tamoanchan, partieron quedándose allí los olmecas huixtotin. No obstante, considero que la tierra de los últimos no por ello deja de ser una réplica terrestre de Tlallocan, es decir una tierra que se aprovecha de la acción benéfica de Tlalloc. Por un lado, el nombre mismo de aquel pueblo es llamativo ya que ellos son la gente del ulli (olmeca), de la sal (huixtotin) y de las nubes (mixteca), sendos términos simbólica e íntimamente ligados a Tlalloc.
  2. Empezando con el último vocablo, la relación es obvia, el término náhuatl mixteca significa “la gente de las nubes”. Ahora bien, Ñuu Dzahui, “El pueblo de la lluvia”, es el nombre que se dan a sí mismo los mixtecos y en los códices mixtecos, Ñuu Dzahui tiene los rasgos del dios de la lluvia, o sea que la Mixteca de alguna manera se autodefine como un Tlallocan terrestre.
  3. Por otro lado, el ulli, la resina de caucho derretida, omnipresente en la iconografía del dios, desempeñaba un papel preponderante en los ritos dedicados a Tlalloc. Incluso en una oración en tiempo de gran sequía, los sacerdotes se dirigen al dios de la lluvia llamándolo textualmente olloe, lo que significa “el que está hecho de ulli”, o por extensión “Señor del ulli” (CF 1979, VI: fol. 31v).
  4. El segundo nombre, huixtotin, también es evocador ya que era el que daban a los cautivos sacrificados a Huixtocihuatl, la diosa de las aguas saladas, considerada hermana de los tlalloque (Sahagún 1989, lib. II, cap. 26). Según Siméon, aquellos cautivos huixtotin (uixtotin) “pertenecían seguramente a las tribus designadas con ese nombre” (1977: 760).
  5. Tlallocan era pues el nombre que se daba a los altepeme ricos que seguían el modelo arquetípico y también las regiones sometidas que abastecían las huey altepeme con productos agrícolas, materias primas, ulli, piedras y plumas preciosas, productos manufacturados y quizás también con cautivos para los sacrificios. Como lo asevera el ya citado texto del Libro los Colloquios, los dioses de Tlallocan, además de las riquezas materiales, también conceden el poder (Contel 1999b, 2008) e “in tlamaliztli”, “el hacer cautivos en la guerra” (Sahagún 1986: 151).
  6. Un pasaje de los Anales de Cuauhtitlán (1975: 52) ilustra perfectamente lo arriba dicho. En éste se cuenta cómo Motecuhzuma Ilhuicamina conquistó Coaixtlahuacan donde reinaba en aquel entonces Atonal, y hace hincapié en la relevancia que tuvo dicha conquista para los mexica:

Cuando fue tomada la ciudad de Cohuayxtlahuacan, de ahí por primera vez comenzaron a entrar hacia acá oro, plumas ricas de quetzalli, hule, cacao, y otras riquezas, etcétera; y con el tributo empezó la consolidación de la monarquía mexicana…

  1. La enumeración del tributo recuerda las descripciones anteriores de las riquezas de los olmecas y el bien nombrado Atonal, “Tonal de agua”, “Destino acuático”, como ellos, también se decía descendiente de los toltecas. Es más, la Historia de los mexicanos por sus pinturas (2011: 72) proporciona un dato adicional que da aún más crédito a nuestra hipótesis sobre un Tlallocan terrestre proveedor de “recursos humanos”. De hecho, según esa fuente, los primeros cautivos de guerra sacrificados en la rueda de piedra hecha por Motecuhzoma Ilhuicamina precisamente fueron los de Coaixtlahuacan.
  2. Según Patrick Lesbre (2000: 500), los reinos prósperos son réplicas de Tlallocan y, por lo tanto, “por la riqueza de los tributos que perciben, los señores se comportan como semi-dioses, o como los ixiptla representantes de los dioses en la tierra”. Para acceder a la prosperidad, o sea a Tlallocan, los reyes habían de recurrir a menudo a la guerra y la conquista (Contel 2008: 325-356).

Tollan-Tlallocan, un modelo cultural

  1. Otra réplica de Tlallocan, era el reino próspero que sin lugar a duda fue un modelo para la mayoría de los reinos del Posclásico, esto es Tollan, la gran Tollan de Quetzalcoatl, la huey altepetl por excelencia. Durante el reinado de Quetzalcoatl, Tollan fue sinónimo de magnificencia, abundancia, virtud y sabiduría. He aquí cómo Sahagún describe aquella edad de oro:

Y los vasallos que tenía eran todos oficiales de artes mecánicas y diestros para labrar las piedras verdes, que se llaman chalchihuites, y también para fundir plata y hacer otras cosas. Y estas artes todas hubieron origen del dicho Quetzalcóatl. Y tenía unas casas hechas de piedras verdes preciosas que se llaman chalchihuites, y otras casas hechas de plata, y más otras casas hechas de concha colorada y blanca, y más otras casas hechas todas de tablas, y más otras casas hechas de turquesas, y más otras casas hechas de plumas ricas. (Sahagún 1989, lib. 3, cap. 3: 208)

  1. Los textos no se contentan con alabar el refinamiento de las artes o la belleza de la arquitectura tolteca. Así como lo subraya muy justamente Christian Duverger, Tollan “está descrita a la imagen de un mundo agrícola donde la fertilidad está asociada a la presencia del agua” (Duverger 1983: 213). En efecto, la ciudad, que había sido edificada al norte del Río Xicotitlan, gozaba de un entorno excepcional que contribuía a su prosperidad agrícola:

[…] Y más dicen, que era muy rico y que tenía todo cuanto era menester y necesario de comer y beber, y que el maíz era abundantísimo y las calabazas muy gordas, de una braza en redondo, y las mazorcas de maíz eran tan largas que se llevaban abrazadas, y las cañas de bledos eran muy largos y gordos y que subían por ellas como por árboles, y que sembraban y cogían algodón de todas colores […]. Y más dicen, que en el dicho pueblo de Tulla se criavan muchos y diversos géneros de aves de pluma rica y colores diversas, que se llaman xiuhtótotl, y quetzaltótotl, y zacuan, y tlauhquéchol, y otras aves que cantavan dulce y suavemente.

Y más, tenía el dicho Quetzalcóatl todas las riquezas del mundo, de oro y plata, y piedras verdes, que se llaman chalchihuites, y otras cosas preciosas, y mucha abundancia de árboles de cacao de diversos colores, que se llaman xochicacahuatl. Y los dichos vasallos del dicho Quetzalcóatl estaban muy ricos y no les faltaba cosa ninguna, ni había hambre ni falta de maíz… (Sahagún 1989, lib. 3, cap. 3: 208)

  1. La ciudad es descrita como un paraíso tropical semejante a Tlallocan y la fauna y la flora son parecidas, por no decir idénticas a las de la tierra de los olmeca huixtotin. El lector del presente lo habrá apuntado, la mayoría de las fuentes citadas, desde la descripción de Tlallocan hasta la de la capital tolteca pasando por la descripción de la tierra de los olmecas, tienen un campo léxico similar, que hace hincapié en la riqueza de cuantos se benefician del don los dioses de Tlallocan ya que “ellos mismos son ricos”.

Figura 3. Tlalloc, dios patrono de la trecena Ce-Quiahuitl, Uno-Lluvia. Códice Borbónico, lám. 7, trecena Ce-Quiahuitl, Uno-Lluvia © Bibliothèque de l’Assemblée nationale, 2008. Foto de Irène Andréani. Cortesía de la Biblioteca de la Asamblea Nacional, París.

  1. “Los que nacían en este signo avían de ser hombres ricos.” Esto es lo que dice una glosa de la página 7 del Códice Borbónico (Figura 3) que ilustra la ya mencionada trecena Ce-Quiahuitl, Uno-Lluvia, periodo del tonalpohualli bajo la influencia de Tlalloc. Por ello, aquí aparece Tlalloc como dios principal, a la izquierda, apoyado contra una montaña de cuya base sale una corriente de agua, figurando Tlallocan, el altepetl arquetípico, tal como se describe en el Códice Florentino (vid supra). A la derecha, se puede ver un Tlalloc menor blandiendo un rayo en forma de serpiente. Además de la glosa arriba citada, aquí la acción benéfica del dios se sugiere también con la presencia de la diosa del maíz maduro Chicome-Coatl, “Siete-Serpiente” y la glosa que le corresponde: “que reparte las riquezas a el que nace en este signo”. Por lo tanto, me consta que Ce-Quiahuitl es una manifestación de Tlallocan ya que según los informantes de Sahagún (CF 1979, I: fol. 28r):

[…] yuh quitoaya ca yehuatl umpa tlatocatía in Tlallocan in yuquinma paraíso terrenal ipan quimatia; in umpa nenca in occequin teteu in intoca Tlalloque ihuan ce inhueltiuh itoca Chicomecoatl, in yuhquinma Ceres catca…

[…] así decían que él (Tlalloc) reinaba en Tlallocan, que imaginaban como paraíso terrenal, donde vivían otros dioses llamados Tlalloque y su hermana llamada Chicomecoatl, que era como Ceres…

  1. Por supuesto, la influencia del dios también podía ser nefasta. La acción destructora de Tlalloc o Chalchiuhtlicue se evoca aquí a través de la corriente de agua que arrastra a un hombre. Tlalloc no sólo “daba las lluvias para que regasen la tierra, mediante la cual lluvia se criaban todas las yerbas, árboles, y frutas, y mantenimientos” sino que “enviaba el granizo, y los relámpagos y rayos, y las tempestades del agua, y los peligros de los ríos y de la mar” (Sahagún 1989, lib. 1: 38). A Chalchiuhtlicue también le “atribuían todos los peligros del agua y de la mar como autora de ellos, y por esto la temían y reverenciaban, y hacían sacrificios y ofrendas en su fiesta” (Sahagún 1989, lib. 1: 72).
  2. Por lo tanto, si el “Tlallocan arquetípico” es eternamente próspero, sus réplicas terrestres, sus reinos terrestres no lo son. Tlalloc tlamacazqui, el Proveedor también puede ser el confiscador. Los Tlalloque fueron los catalizadores del declive de huey altepetl Enojados por la codicia de su último rey Huemac, se llevaron todos los mantenimientos, provocando el fin de la Tollan-Tlallocan.

Tlallocantecuhtli, el dios de la tierra

  1. En la ponencia que Danièle Dehouve (2013) dio en el marco de la Jornada “Altepetl et quartiers: la composition des capitales urbaines en Mésoamérique préhispanique”, se preguntaba si “hay un altepetl cada vez que hay un tecuhtli”. Sin contestar directamente a la pregunta de la investigadora, diría solo que en el caso que aquí nos interesa, es decir el altepetl arquetípico, Tlallocan, sí tenía su tecuhtli:

Estos indios […] tuvieron otro dios, que llamaron Tlalocatecuhtli, que quiere decir señor de el paraíso o lugar de sumos deleites, al cual consagraron dios de las aguas y lluvias… (Torquemada 1986, t. 2, lib. 6, cap. 23: 44)

  1. Es más, Tlallocantecuhtli “El tecuhtli de Tlallocan” era la encarnación del altepetl Como ya se ha mencionado en este y otros trabajos (Contel 1999a), según Sullivan (1974), Tlalloc significa “El que está hecho de tierra” o “La Encarnación de la tierra”, lo cual encaja perfectamente con aquellas fuentes que nos dicen que el dios de la lluvia o del agua también es dios o señor de la tierra (Códice Tudela 1980: fol. 16; Gómez de Orozco1945: 44; Torquemada 1986, t. 1, lib. 3, cap. 22: 290). En la Hystoyre du Mechique (fol. 84r) se escribe que el octavo cielo era donde residía “Tlalocatentli, Dieu de la terre”.
  2. Para Knab (1979: 10), hay una gran analogía entre el concepto de la tierra de los nahuas del posclásico y sus contemporáneos de San Miguel Tzinacapan. Taloc (el Tlalloc contemporáneo) es el dios de la tierra y en tanto que Señor de la tierra es necesariamente la tierra ella misma. Para los nahuas de la Sierra norte de Puebla la tierra tiene dos significados: por un lado, el de la divinidad suprema de las aguas (equivalente contemporáneo de Tlalloc) y por otro lado el del ser monstruoso (equivalente contemporáneo de Tlaltecuhtli) que traga el sol ponente (Aramoni 1990: 180).
  3. Por lo tanto, cuando las fuentes dicen que Tlalloc es el dios o señor de la tierra, ha de entenderse “dios de Tlallocan”, “dios del altepetl original”, dios de la tierra que produce riquezas, de donde salen las aguas fecundadoras. Tlalloc es “La Encarnación de la tierra”, el dios “autóctono”, “el dios del lugar”, “del territorio” o como quien diría “del país”, “del terruño” o “terroir” en francés, es decir también un lugar, no solo con sus aptitudes agrícolas y sus cualidades propias, sino también aquella donde se guarda la tradición.
  4. Como ya lo he dicho en otros trabajos (Contel 1999b; 2008; 2009) los dioses de Tlallocan, encabezados por Tlalloc, son los que dan el valor y el mando, son los guardianes de la tradición y en su dominio residen los antepasados.
  5. Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (1985, I: 273) asevera que Tlalloc “fue un rey muy valeroso de los quinametin, que son los filisteos”, es decir los gigantes, los mismos que habitaban en la tierra durante el primero de los Cuatro Soles que precedieran Olintonatiuh (Sol de Movimiento), el sol de los Mexica (Leyenda de Los Soles 1975: 119-120). Aquellos gigantes que edificaron las grandes pirámides de Teotihuacan y de Cholula. El término gigante remite obviamente a un pasado remoto. Hoy día entre los tepehuas de la Sierra Norte de Puebla, los dioses del tiempo primordial “reciben los nombres de antepasados, gigantes, ‘antiguas’, ‘ricos’, ‘aires’…” (López Austin 1994: 126-127).

Una imagen del dios altepetl: el folio 110v del Códice Ixtlilxóchitl[1] (Figura 4)

  1. La imagen del dios ocupa el folio 110v y viene descrita detalladamente en el folio 109r y 109v. Pomar (1986: 57) también se apoya en aquella pintura para describir el dios. Las dos fuentes coinciden en numerosos aspectos como por ejemplo en la descripción del rostro de Tlálloc, que representa en realidad el glifo quiahuitl, “lluvia” (Pomar 1986: 57; Códice Ixtlilxóchitl1976: fol. 109r): “El rostro era de una figura feísima, q[ue] ellos en sus pinturas y carateres, figuraban por las lluvias” (Pomar 1986: 57) y “El Rostro. Hera de Una figura fe.ysima. que los yndios en sus Pinturas y carateres. figuravan. Por las lubias” (Códice Ixtlilxóchitl 1997: 562, paleografía de Patrick Lesbre).

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Figura 4. Tlallocantecuhtli, “Señor de Tlallocan” y dios altepetl, fol. 110v, Códice Ixtlilxóchitl. © Bibliothèque nationale de France.

  1. Aquí Tlalloc lleva una corona de plumas blancas y un penacho de plumas verdes, y pelo largo cayendo sobre sus hombros, así como una diadema decorada con motivos geométricos negros sobre fondo blanco, en representación de la A falta de una corona, este elemento significa la cima de las montañas. Como ya tuve la ocasión de mostrarlo (Contel 2004; 2008; 2009), en la imagen de Tlalloc tanto pictográfica como plástica, toda la parte superior corresponde a nubes y lluvia, o sea la cabeza incluyendo tocados o coronas, así como la cara –conocida como glifo quiahuitl, “lluvia”, llamada quiyauhxayac otlaloca xayac por Sahagún (1985: 226-227).
  2. En cuanto a la parte inferior, representa el cerro, es decir el cuerpo-cerro de Tlalloc. Aquí, el dios aparece con una túnica con mangas cortas, la ayauhxicolli, “túnica de niebla”, cubierta por una prenda reticulada, ayauhquemitl, prenda de niebla (Códice Ixtlilxóchitl1976: 31). La túnica tiene un fondo de plumas de color azul oscuro cuadriculado con cintas plateadas como en el chimalli llevado por el dios en la misma pintura. En el centro de cada rombo, hay un punto plateado y en la intersección, plumas amarillas y rojas. La parte inferior de la túnica está decorada con un borde rojo, coronado por líneas irregulares de color amarillo y negro y tres círculos blancos sobre fondo negro. Para Jacqueline de Durand-Forest (1995: 455), el dios de la lluvia llevaba la túnica de niebla como Señor de Tlallocan. El conjunto (“traje y vestidura”), según el Códice Ixtlilxóchitl (1976: fol. 110r) y Pomar (1986: 57) “significaba la lluvia y abundancia de frutos”. Por lo tanto, el cuerpo-cerro de Tlalloc aquí es Tlallocan en su aspecto de cerro de la abundancia, el lugar paradisíaco descrito por Sahagún.
  3. Como ya se ha dicho, la túnica reticulada que lleva el Tlalloc representado en el folio 110v del Códice Ixtlilxóchitl, en realidad se compone de dos piezas superpuestas. De hecho, el ayauhxicolli, “túnica de niebla”, está cubierta de una red, el ayauhquemitl la prenda “de niebla”. Ahora bien, en Mesoamérica la malla de red simbolizaba la corteza terrestre, la tierra como materia (Beyer 1965: 431). Así se pintan los animales que la encarnan, tales como el Cipactli (Códice Borgia 1993: 21 y 22) o los cerros, por ejemplo, en el ya citado Códice Vaticano A (Figura 2) o en el Códice Borbónico (Figura 5).

Codex borbonicus photographiÈ par les photographes de l'AssemblÈe nationale en dÈcembre 2008. TroisiËme section (pages 23 ‡ 36) : les fÍtes des 18 divisions annuelles de 20 jours du point de vue rituel. Page 25 : IV. veytoÁoztli Tlaloc dans son temple, amateteuil, tlacateteuiltl.

Figura 5. La fiesta Huey Tozoztli, una procesión se dirige hacia la boca de Tlallocan, en forma de un cerro reticulado, lám. 25 (detalle), Códice Borbónico. © Bibliothèque de l’Assemblée nationale, 2008. Foto de Irène Andréani. Cortesía de la Biblioteca de la Asamblea Nacional, París.

  1. Este elemento confirma el que el cuerpo de Tlalloc es de tierra. Aquí el fondo de plumas azul oscuro simboliza la presencia del agua bajo la tierra o al interior del cerro mientras que las plumas rojas habían de tener cierto poder mágico y evitar los peligros de aguas celestes, como lo dice Andrés Mixcoatl en su proceso por idolatría (Procesos… 1912: 66; Lesbre 2008: 101-102): “buscad plumas de papagayos colorados para que con ellas conjuremos las nubes”.
  2. No conozco otro Tlalloc emplumado, con excepción de una pieza que se conserva en la sala tolteca del Museo Nacional de Antropología de México (Figura 6). Una estatuilla de barro, pintada a la que le daré el nombre de Tlalloc precioso de Tollan. Este Tlalloc reconocible a sus elementos simbólicos habituales, tiene el cuerpo cubierto de plumas. Esa representación se distingue por su calidad estética y su originalidad. Su forma es parecida a la de los tepictoton, representaciones de los cerros divinizados (Figura 7) y a una figura de los Primeros Memoriales (Figura 8), o sea al Tlalloc-cerro al que ya me he referido en numerosas ocasiones.

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Figura 6. Tlalloc representado bajo su aspecto de dios-cerro o dios altepetl. Las plumas que cubren su cuerpo simbolizan riqueza y abundancia. Estatua tolteca de barro (Posclásico temprano). Museo Nacional de Antropología de México. Foto de José Contel.ame_2016_contel_figura7

Figura 7. Tepictoton con forma globular. Primeros Memoriales, fol. 267r. Dibujo de Emilien Contel.

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Figura 8. Tláloc con cuerpo de cerro y corona de nubes. Primeros Memoriales, fol. 282v. Dibujo de Emilien Contel.

  1. Volviendo a la lámina 110v del Códice Ixtlilxóchitl, el dios representa la montaña con su corteza reticulada simbolizada por el ayauhquemitl. Como lo dicen los informantes de Sahagún (vid supra CF 1979 XI: fol. 223v), la montaña tiene una naturaleza mágica, sólo la superficie es de tierra y de piedra, es como una olla, una casa llena de agua. Las mallas son los poros de la tierra por los que se exhalan las nieblas y nubes de las profundas cuevas del Altepetl Tlalloc-Tlallocan.
  2. Por ello, se considera que ciertos recipientes, omnipresentes en las ofrendas del Templo Mayor, son representaciones metafóricas de la Montaña de agua. Algunas ollas, como la de la Ofrenda 43 (Figura 9), han sido voluntariamente acostadas, como señalado por López Luján, para figurar la acción de verter el agua (1993: 217; 1997: 91-109). En el interior había cuentas o collares de piedras verdes que podrían simbolizar el líquido precioso. He estudiado el tema en un trabajo anterior (véase Contel 2008) y aquí basta con subrayar la obvia correspondencia en la posición del cerro de la lámina 25 del Códice Borbónico (Figura 5), la olla de la Ofrenda 43 (Figura 9) y una jarra representada en la lámina 6 del mismo Códice (Figura 10).
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Figura 9. Representación metafórica del Altepetl Tlallocan. Olla acostada con collar de piedras verdes. Ofrenda 43, Templo Mayor. Foto de José Contel.

Codex borbonicus photographiÈ par les photographes de l'AssemblÈe nationale en dÈcembre 2008. PremiËre section (pages 3 ‡ 20) : les 20 treizaines du cycle de 206 jours du point de vue divinatoire et rituel. Page 6 : sixiËme treizaine : Nauiolin-Tonatiuh et Metztli - Tecciztecatl-Tezcatlipuca.

Figura 10. Jarra acostada con agua. Códice Borbónico, lám. 6 (detalle). © Bibliothèque de l’Assemblée nationale, 2008. Foto de Irène Andréani. Cortesía de la Biblioteca de la Asamblea Nacional, París.

Tlallocantecuhtli

  1. En esta representación en particular del Códice Ixtlilxóchitl (Figura 4), Tlalloc es también y sobre todo Tlallocantecuhtli, el Señor de Tlallocan, un dios cuya riqueza viene expresada por la de sus atuendos, los ya descritos, las plumas multicolores, pero también su collar y su brazalete de piedras verdes. El otro elemento relevante en esta pintura es el rayo que sujeta el dios en la mano derecha. Pomar (1986: 57) dice que “tenía, en la mano derecha, una vara de oro volteada, qu[e] significa el relámpago”. El texto de Torquemada (1986, t. 2, lib. 6, cap. 23: 46-47) es aún más descriptivo y un tanto lírico:

[…] tenía una hoja de oro batido, larga, y bolteada en lo alto, ancha, y remataba en punta aguda, que era significación del relámpago que culebrea por los aires, y del rayo que despide: De manera que los antiguos dieron el Tridente à Neptuno, que significaba los efectos de las exhalaciones, y los indios a Tlalocatecuhtli esta hoja de oro, que tiene la misma significación.

  1. No nos detendremos demasiado en la referencia de Torquemada a los dioses de la Antigüedad clásica, puntualizando sólo que el Tlalloc aquí descrito tiene más que ver con Júpiter o con Marte (Lesbre 2008: 99) que con Neptuno. Un Tlalloc guerrero o rey de los dioses constituye una aportación de primera mano para profundizar el conocimiento que tenemos de la divinidad. Ello atestigua la relevancia de su protagonismo en el Posclásico.
  2. Desde mi punto de vista la pintura del Códice Ixtlixóchitl es la que más se acerca a lo que fuera Tlalloc, o su equivalente para los toltecas o para los teotihuacanos. El rayo del Tlalloc del códice aquí estudiado es único en la iconografía del Posclásico. Sin embargo, es parecido a ciertos rayos de madera que se encontraron en el Templo Mayor, como por ejemplo en la Ofrenda 98, publicada por Laura del Olmo (1999: 213) o los que se encontraron en el lago de la Luna del Nevado de Toluca. Son cetros o mejor dicho rayos hechos de madera de oyamel, que tienen la característica de ser estriada como el rayo de Tlalloc que estamos estudiando. Notemos que para Durán (1984: I, 82) el rayo de Tlalloc no era de oro, sino “de palo, de color morado”, lo cual coincide con los hallazgos arqueológicos. Encontramos también en Teotihuacan representaciones de Tlalloc o de sacerdotes del mismo dios con un escudo en una mano y blandiendo el rayo ondulado y estriado en la otra. Por ejemplo, en una pintura mural del complejo residencial de Totometla, Tlalloc está representado bajo la figura de un guerrero armado (Taube 2009, fig. 2c: 155). 
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Figura 11. El Relieve 1 de Chalcatzingo, Morelos (Taube 2010: fig. 5.5c, con autorización).

Conclusión

  1. Tlalloc, a la imagen del dios representado en la lámina 110v, es mucho más que un proveedor de lluvias, es la de un dios rico, un dios-tlatoani. Es el Dios-Cerro de la Abundancia, contenedor de agua, la Montaña Arquetípica. Tlalloc es el dios del Altepetl (Contel 2009), naturalmente es el mismo altepetl, “agua-cerro”, padre de los dioses, es el que otorga el poder (Contel 2008). Tlalloc-Tlallocan, el altepetl arquetípico era el modelo del que derivaban las altepeme prósperas desde Tollan hasta Mexico-Tenochtitlan y Tezcoco. Aquel concepto del altepetl es el que también viene representado desde tiempos antiguos en el Centro de México como, por ejemplo, en el Relieve 1 de Chalcatzingo (Preclásico, Morelos; Figura 11). Éste representa una cueva o el interior de un cerro tumbado, en el cual está sentado un personaje, dios o sacerdote (o sacerdotisa), con atributos de los dioses de la lluvia. De la boca del cerro/cueva/recipiente salen las corrientes húmedas que brotan del vientre de la tierra, del corazón del cerro.

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2009     “La religion à Teotihuacan”, in Teotihuacan, cité des Dieux, Musée du quai Branly/Somogy, Paris, 152-159.
2010     “Gateways to Another World: the Symbolism of Flowers in Mesoamerica and the American Southwest”, in Kelley Hays-Gilpin y Polly Schaafsma (eds), Painting the Cosmos: Metaphor and Worldview in Images from the Southwest Pueblos and Mexico, Museum of Northern Arizona (Museum of Northern Arizona, 67), Flagstaff, 73-120.

TENA Rafael
2011     Mitos e historias de los antiguos nahuas, Cien de México, México.

TORQUEMADA Juan de (fray)
1986     Monarquía Indiana, Porrúa, México.

Notes

[1] No tendríamos aquí el tiempo ni el espacio para hacer una descripción exhaustiva de la famosa lámina del Códice de la Bibliothèque nationale de France sobre la que Patrick Lesbre ya ha publicado tres estudios pormenorizados (Lesbre 1998, 2001 y 2008).

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