Élodie Dupey García

Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, México

Con la coordinación del libro colectivo Vida, muerte y creencias en la Huasteca posclásica, Claude Stresser-Péan y Sara Ladrón de Guevara profundizan en su línea de estudio compartida sobre las sociedades prehispánicas del Golfo de México, al mismo tiempo que nos ofrecen una contribución muy bienvenida en torno a la Huasteca durante el periodo Posclásico, que les permite reafirmar la necesidad de ampliar el espectro de investigaciones sobre esta región. El volumen se organiza en veintiún capítulos, productos de un impresionante grupo de 34 autores y repartidos en tres grandes bloques: “Vida”, “Muerte” y “Creencias”; una división que las coordinadoras estiman, sin embargo, “totalmente arbitraria”, porque: “No hay vida sin muerte, no hay vida ni muerte sin creencias que las envuelvan” (p. 11). La primera sección, en torno a la vida en la Huasteca, es también la de mayor peso cuantitativo, pues abarca 12 capítulos repartidos en los subapartados: “El paisaje”, “La domesticación” y “La materia”. La segunda parte, “Muerte”, reúne tres estudios de prácticas funerarias, mientras que los seis capítulos de la tercera sección, “Creencias”, se enfocan en el análisis de la mitología y la iconografía de obras de arte sobresalientes. Adelantamos que el libro no cuenta con una conclusión —de manera original, el volumen se cierra con un sinopsis de las actividades del coloquio internacional “Vida y creencias en la Huasteca posclásica” de 2018—, pero las coordinadoras subrayan desde la introducción que si bien los resultados presentados no agotan los temas tratados, el lector encontrará aquí “indicios que sin lugar a dudas estimularán a futuros estudiosos a seguir líneas de investigación que vayan dando luz sobre esta fascinante cultura” (p. 13). Los primeros dos capítulos conforman el subapartado “El paisaje” y se enfocan en dos regiones de la Huasteca caracterizadas por su desarrollo urbano durante el Posclásico. En “Uso y transformación del paisaje precolombino en la región del río Tampaón”, la propuesta de Guillermo Córdova Tello es que la subcuenca del río Tampaón —donde se encuentra el sitio de Tamtok—, fue el eje de un sistema sociopolítico integrado por pequeñas ciudades-Estado que, en conjunto, conformaron un sistema urbano regional. Su estudio desde la arqueología del paisaje —cuya metodología y resultados preliminares se exponen aquí— tiene como objetivos comprender el origen de la sociedad urbana y las actividades que hicieron posible la complejidad social, así como indagar específicamente los cambios sociales experimentados en Tamtok por la interacción con sus vecinos. Por su parte, Dominique Michelet presenta el capítulo “Reflexiones acerca de la arquitectura y del patrón de asentamiento en Vista Hermosa”, en el que se detiene sobre la temporalidad, la extensión y la distribución de edificios en el centro y los márgenes de este imponente sitio huasteco del Posclásico, ubicado en el estado de Tamaulipas. En cuanto a sus características arquitectónicas, Michelet señala la existencia de cinco tipos de estructuras, entre las cuales coexisten unas de planta circular —consideradas emblemáticas de la Huasteca— con otras cuadradas o rectangulares, lo que conduce el autor a plantear que: “La forma circular de los basamentos, habitacionales o de otro orden, aunque muy presente, no es única y podría no ser tan representativa de la identidad huasteca como se pensó durante mucho tiempo” (p. 38). El segundo subapartado del primer bloque se titula “La domesticación” y consta también de dos capítulos, enfocados ahora en las relaciones de los antiguos huastecos con su entorno, específicamente con ciertos animales y plantas. Así, en “Animales salvajes y domésticos en Vista Hermosa. Un acercamiento a la gestión del medio ambiente en la Huasteca posclásica”, Aurélie Manin se basa en un análisis arqueozoológico de restos de vertebrados y en datos históricos y etnográficos para reconstruir prácticas de cacería y domesticación de animales entre los huastecos del Posclásico. Descubrimos que el venado era objeto de cacerías comunitarias destinadas a asegurar la subsistencia de la población, mientras que tres clases de animales —perros, guajolotes y guacamayas— fueron domesticadas o mantenidas en cautiverio con diversos fines, entre los cuales destaca el valor simbólico que les era atribuido en los sistemas de representaciones indígenas. Pasando al tema del maíz, fundamental para las culturas mesoamericanas, Luis Barba y Claude Stresser-Péan son los autores del capítulo “La nixtamalización y el consumo de tortillas en la Huasteca”, que, mediante el análisis de restos arqueológicos procedentes de Vista Hermosa, aporta pruebas científicas de que existió este proceso de cocción del grano con cal o cenizas en la región desde la época prehispánica. Además, se plantea la hipótesis de que “las tortillas se pudieron introducir [en el sitio] gracias a los mexicas y que empezaran a consumirse en la Huasteca del Posclásico Tardío cuando estaba bajo la influencia de esta cultura del Altiplano Central” (p. 60). El subapartado “La materia” es el más vasto de la primera parte del libro, por reunir ocho contribuciones en torno a la cerámica, el trabajo de las piedras, las conchas y los metales, así como los usos dados al bitumen en la Huasteca posclásica. Varios de estos estudios constituyen amplios panoramas de las cuestiones que abordan, por lo que resulta complejo hacer justicia a las sumas de datos y reflexiones que contienen en el espacio limitado de esta reseña. Es el caso de los primeros dos capítulos de la sección: “Consideraciones acerca de la cerámica posclásica de la Huasteca. Las vasijas como estudio de caso” de Diana Zaragoza Ocaña y “Un panorama de las figurillas de la Huasteca prehispánica. Historia, representaciones y funciones” de Sophie Marchegay. En efecto, presentan minuciosas y sintéticas revisiones de colecciones de vasijas y figurillas de barro producidas por la cultura huasteca, las cuales incluyen la definición de tipos y formas, materiales y técnicas, decoraciones y funciones. Se pone así de manifiesto la complejidad y excepcionalidad de estas expresiones artísticas, al mismo tiempo que se ofrecen reflexiones sobre sus contextos y procesos de creación y utilización, así como su evolución, en especial como resultado de las interacciones culturales en Mesoamérica. Cabe destacar de estas aportaciones la conclusión de Zaragoza Ocaña en cuanto al carácter único de la cerámica huasteca en el marco cultural mesoamericano:
[…] las cerámicas conocidas como Huasteca Negro sobre Blanco y Tancol Policromo unen a esta región durante los últimos siglos de ocupación prehispánica; sin embargo, encuentro que si tomamos los conceptos plasmados en estas vasijas vemos diferencias sustanciales reflejadas en la complejidad o simplicidad de sus símbolos, lo cual podría hasta cierto punto adjudicarse al mosaico étnico existente en el área durante el Posclásico Tardío, que aun cuando sus habitantes utilizaron explícitamente la misma cerámica, no lo hicieron así con las representaciones que deseaban transmitir […]. (p. 87)
Marchegay, por su parte, llama la atención sobre la trascendencia de las figurillas a lo largo del tiempo, pues conservaban un “alto valor simbólico y ritual […] durante decenas de años, hasta siglos” de ahí que “se consideraban como reliquias y se guardaron durante muchos años, hasta varias generaciones en el seno de una familia, un clan o un grupo”; por ello, “pueden ser indicios materiales de una identidad social, aunque es imposible relacionarlas con un grupo social preciso” (p. 108). Los siguientes tres capítulos abordan los temas de la lapidaria y la escultura en piedra. Así, Emiliano Melgar Tísoc y Reyna Beatriz Solís Ciriaco presentan “Presencia de lapidaria maya en Tamtok y Rancho Aserradero”, donde un análisis científico —basado en espectroscopía de dispersión de energía de rayos X y espectroscopía micro-Raman— y el estudio de las huellas de manufactura de cuatro pendientes de jadeíta les permiten determinar que éstos fueron creados en la zona maya, confirmándose, una vez más, las interacciones de esta área cultural con la Huasteca. En “Escultura huasteca. Continuidades y cambios en las tradiciones escultóricas de la Costa del Golfo”, Kim N. Richter nos ofrece un recorrido por la larga historia de la escultura huasteca, desde el Preclásico hasta el Posclásico, el cual se acompaña de lúcidas reflexiones sobre sus conexiones con otras tradiciones escultóricas de la Costa del Golfo. Se subrayan, en particular, los nexos con el Veracruz clásico develados por el uso de las volutas entrelazadas, pero también la profunda influencia de la tradición olmeca desde el Preclásico y hasta el Posclásico, primero con la escultura en bulto y luego con la adopción del formato de la estela —que si bien se identifica típicamente con la cultura maya clásica fue inicialmente una elaboración de los olmecas— asociada a la representación de figuras en nichos. Richter concluye que
Es posible que durante el Clásico y el Posclásico se considerara el formato de la estela y de figuras en nicho como tipos escultóricos antiguos y venerados, asociados con los olmecas, su culto al gobernante y sus principios de gobierno. Por lo tanto, la selección de una estela como medio pudo haber mejorado la legitimidad de la representación. (p. 146)
Ulteriormente, Gerardo Familiar Ferrer es el autor del capítulo “Las esculturas de encorvados de la Huasteca. Apuntes acerca de su distribución espacio temporal”, donde presenta un estudio pormenorizado de las características formales de este género escultórico —que aludiría a “seres relacionados con las condiciones del ciclo agrícola” (p. 170)—, el cual se registra desde el Epiclásico y hasta la llegada de los europeos. A partir de su distribución espacial y temporal enuncia además una propuesta de delimitación de la Huasteca —en diferentes épocas—, considerando esta expresión artística como un rasgo definitorio del área cultural. El profundo interés de los pueblos de la Huasteca por las conchas —que ilustran, en particular, los pectorales elaborados con este material y estudiados por otros autores en este volumen— es tratado por Adrián Velázquez Castro y Norma Valentín Maldonado en “El trabajo huasteco de la concha”, un capítulo muy bien ilustrado que nos brinda un inventario completo y detallado de los artefactos elaborados con esta materia durante el Posclásico (resalto también los cuadros particularmente útiles para sintetizar la información en este capítulo). Las conclusiones más importantes de los autores consisten en subrayar la producción dispersa de objetos de concha en la Huasteca, pues se llevó a cabo en diversos sitios, pero con una tecnología de fabricación compartida; el uso de un gran número de especies, principalmente de la costa atlántica, pero también del Pacífico (donde se observa una selectividad más marcada); la manufactura de una gran variedad de clases de objectos, muchos de los cuales son piezas únicas; y, finalmente, el empleo de ciertas conchas y/o formas como posibles expresiones de una identidad huasteca. Annick Daneels y su equipo de nueve colegas de la Universidad Nacional Autónoma de México, por su parte, se enfocan en otro material que también suele asociarse con la cultura huasteca, por su aparición recurrente en expresiones artísticas y restos arqueológicos: el bitumen. Después de recordar qué es esta materia y su importancia en la historia de México, el capítulo “El bitumen en el Golfo” describe su análisis científico de muestras procedentes de las excavaciones de Tamuín y Vista Hermosa, que revelaron ser coherentes con perfiles conocidos de la provincia petrolera Tampico-Misantla. Los autores subrayan que se trata de los primeros datos publicados sobre la composición del bitumen procedente de sitios arqueológicos de la Huasteca, al mismo tiempo que reconocen la necesidad de “diseñar un proyecto sistemático de obtención de muestras arqueológicas bien contextualizadas y de localización de los afloramientos más cercanos a cada sitio, con el análisis de la cartografía petrolera temprana y entrevistas en las comunidades” (p. 202-203). Cierra esta amplia subsección “La materia”, el capítulo “Los metales de la Huasteca en el contexto de la metalurgia prehispánica”. Después de volver sobre la historia y la distribución del uso del metal en la América prehispánica, y en particular en Mesoamérica, su autor, Niklas Schulze, efectúa una revisión de lo que se sabe sobre la metalurgia en el este de México, recuperando la propuesta de otros autores, en particular la de Guy Stresser-Péan, según la cual existió una producción local en la Huasteca. La segunda parte de la obra, “Muerte”, dedicada al análisis de prácticas funerarias, inicia con el capítulo de Estela Martínez Mora, François Gendron y Thomas Galligaro, “Obsidiana importada en contextos funerarios de Tamtok, San Luis Potosí”. En él, se analiza “la procedencia del material lítico asociado a los entierros 16 y 83 de Tamtok” (p. 225), específicamente puntas de proyectil y navajillas prismáticas hechas de obsidiana y pedernal colocadas en los cuerpos de individuos, lo que sugiere que su muerte se derivó del sacrificio por flechamiento. Gracias a la técnica PIXE, se determina que la obsidiana procedía de Zacualtipán-Metzquititlán (Hidalgo), lo que permite a los autores reflexionar sobre los patrones de interacción de Tamtok con el resto de Mesoamérica y su participación en el comercio a larga distancia. El capítulo “Los atributos corporales de la identidad. El caso de Tamtok, San Luis Potosí” de Patricia Olga Hernández Espinoza, por otro lado, se enfoca en las modificaciones corporales —cefálica y dental concretamente— observadas en esqueletos recuperados en distintos contextos funerarios del conjunto de La Noria en Tamtok. A partir de la teoría del embodiment —que se define como el uso del cuerpo para demostrar la identidad o individualidad cultural—, la autora reafirma la relación privilegiada de las sociedades huastecas con el área cultural maya; también propone que los individuos sepultados en La Noria pudieron ser de procedencia foránea, probablemente del sur de Mesoamérica. Finalmente, Grégory Pereira nos presenta el capítulo “Los muertos de acompañamiento en entierros de algo rango. Una práctica funeraria huasteca en su perspectiva mesoamericana”, que consiste en el análisis de un entierro en Vista Hermosa y su comparación con otras regiones de Mesoamérica. De manera convincente, el autor corrobora la existencia de la práctica del acompañamiento funerario en la Huasteca, al encontrarse mujeres y objetos vinculados con la cocina y la elaboración de textiles en el entierro. En efecto, las acompañantes alimentaban y vestían al muerto de alto rango en el más allá; además de que, en la sepultura, fueron utilizadas como asiento del individuo que acompañaban. La última sección del volumen, “Creencias”, se abre con el capítulo “Cipak y el Adolescente Huasteco” que debemos a Claude Stresser-Péan. La primera coordinadora del libro presenta una colección de mitos huastecos que narran la vida del héroe cultural y dios del maíz, enfocándose en su infancia y adolescencia, las relaciones con sus parientes, pero también sus aportes para la humanidad. Su objetivo es compararlos con una escultura en piedra de Tamuín, que por representar a un joven de sexo masculino se conoce como el Adolescente Huasteco. Según Stresser-Péan, ésta presenta atributos, en particular motivos grabados, que “restituyen la imagen del mito huasteco que narra el intento de llevar la civilización, no solamente al mito vivo del tiempo presente, sino también a los antepasados del mundo antiguo” (p. 287). A continuación, la segunda coordinadora del volumen, Sara Ladrón de Guevara, se adentra en el estudio de los famosos pectorales de concha del Museo de Antropología de Xalapa, con el capítulo “El camino del viento. Iconografía de los pectorales de caracol”. Analiza los rasgos comunes de su iconografía: en la parte superior, personajes realizando sacrificios o autosacrificios sangrientos; en la inferior, entes asociados con el inframundo que consumen la sangre o los cuerpos de las víctimas por sus fauces. Esta referencia a los niveles superpuestos del cosmos mesoamericano, aunada a la colocación de los pectorales en la parte central del cuerpo, al mismo tiempo que sus nexos con el dios del viento (Quetzalcoatl Ehecatl entre los antiguos nahuas), conducen a Ladrón de Guevara a proponer que:
los pectorales de concha huastecos aluden al camino del viento que se reconoce en el plexo solar, centro donde confluyen con fuerza las entidades anímicas. Espacio propicio para el sacrificio, para la muerte y por lo tanto centro del cosmos, en el cual se reproduce a escala el macrocosmos cuyo centro permite el paso a los niveles superiores e inferiores, es camino al inframundo […]. (p. 297)
Guilhem Olivier, autor de “Un mito huasteco de la creación de los hombres? Una nueva interpretación del pectoral de concha de la Universidad de Tulane”, prolonga la reflexión sobre estos objetos de arte típicamente huastecos. Siguiendo el camino trazado por Hermann Beyer y Guy Stresser-Péan —quien escribió que “los datos sobre la antigua religión huasteca […] pueden ser colocados e interpretados dentro del marco general de las religiones mesoamericanas” (p. 299)— Olivier lleva a cabo una comparación con códices y fuentes históricas del centro de México y de Oaxaca, para interpretar la escena plasmada en el pectoral de Tulane a la luz de los mitos y rituales mesoamericanos. Este enfoque comparativo lo lleva a la conclusión de que el pectoral ilustraría:
[…] una variante huasteca del mito de origen de los hombres en el cual Mixcóatl actuara, tal como Quetzalcóatl o Xólotl, autosacrificándose la lengua o el pene sobre las cenizas de las generaciones pasadas para crear una nueva humanidad. Tlazoltéotl podría intervenir en este relato como equivalente de la diosa Quilaztli —encargada de moler los huesos y las cenizas en el mito nahua […]. (p. 314)
En “Notas sobre el simbolismo del guajolote en la Huasteca prehispánica”, Nicolas Latsanopoulos emprende un amplio ejercicio de comparación de la iconografía huasteca con las imágenes mesoamericanas prehispánicas o coloniales tempranas —en particular, las creadas por los nahuas— e incluso de grupos más lejanos en el tiempo y el espacio —como las sociedades del Mississippi—, con la finalidad de reconstruir “el lugar que llegó a ocupar el pavo en los sistemas de representación de las culturas prehispánicas de la Huasteca” (p. 315). Del arte de estas culturas, Latsanopoulos elige una lápida esculpida en bajorrelieve en sus dos caras (conservada en el Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México) y la estela 2 de Tamtok, aunque su análisis abarca también otras piezas, como el Monumento 32 de este mismo sitio. Este meticuloso cotejo de datos iconográficos, que ilustran la impresionante cultura visual de su autor, revela que el guajolote se concibió como un ave de sacrificio, al tiempo que mantuvo una estrecha relación con una de las principales deidades de la Huasteca, el dios viejo y encorvado que estaba fuertemente conectado con la fertilidad agrícola. El capítulo “Petrograbados para rituales del agua en la Sierrita de la Palma, Huasteca septentrional” de Gustavo A. Ramírez Castilla analiza esta expresión artística en los sitios de Dos Lagartos, La Palma y Caras Labradas. El autor identificó un conjunto de elementos relacionados con el culto al agua: figuras femeninas que remiten a la deidad Teem; un chalchihuitl que simboliza una gota, y representaciones de Dhipaak, un lagarto que sería, en la cosmovisión huasteca, “símbolo del agua, de la tierra, de la mujer y del maíz, que en conjunto remite a la idea de la creación y origen de la humanidad, la fertilidad de la naturaleza y el sustento de los seres humanos” (p. 342). El último capítulo del libro, “Vida y creencias del Posclásico huasteco en la frontera sur. Una visión desde la arqueología en la unidad política de Tochpan”, es obra de María Eugenia Maldonado Vite y consiste en un trabajo de síntesis en torno a varios rasgos culturales propios de la Huasteca o compartidos con otros grupos mesoamericanos (por ejemplo, entre los primeros, los viejos encorvados y el algodón y, entre los segundos, el complejo Venus-lluvia-maíz y los planos y rumbos del universo). En esta propuesta, los temas se abordan a partir del análisis de los elementos materiales proporcionados por la arqueología junto con los datos procedentes de la etnohistoria, con la intención de mostrar que, si bien la Huasteca fue una amalgama de expresiones culturales, surgieron en esta área cultural creencias comunes derivadas de la interacción continua de los grupos del área entre sí y con otras sociedades mesoamericanas. Los datos y descubrimientos que encierra, sus enfoques novedosos —en particular multidisciplinarios— al mismo tiempo que el retorno a viejos debates con una mirada renovada hacen que la obra Vida, muerte y creencias en la Huasteca posclásica cumple con la promesa de sus coordinadoras de abrir brechas y crear nuevos retos en el estudio de esta región. Al mismo tiempo, como en toda obra colectiva, es natural detectar cierto contraste en la calidad de las contribuciones, pero destacamos aquí que este libro incluye numerosos trabajos particularmente bien desarrollados y acabados, que ilustran una profunda erudición y un alto nivel de análisis sobre las culturas prehispánicas de la Huasteca y, más en general, las sociedades mesoamericanas del Posclásico. Finalmente, es importante resaltar la excelente calidad de las imágenes presentadas en la obra, que son todas a color, aunque, en algunos capítulos, se echa de menos la presencia de figuras que permitan el acceso a obras de arte claves para la cabal comprensión de las argumentaciones. Se agradece, asimismo, la calidad y la cantidad de mapas presentados en la gran mayoría de los capítulos que integran esta obra, que contribuye a paliar la falta de estudios regionales y se convertirá, sin lugar a duda, en un referente ineludible para los investigadores que busquen un acercamiento integral a la Huasteca prehispánica.
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