Eliseo Padilla Gutiérrez

Museo Nacional de Antropología, INAH, México

En la década de 1820 el naciente Museo Nacional Mexicano albergaba una diversidad de bienes que comprendían tanto colecciones prehispánicas e históricas, como minerales, animales disecados o modelos de cuerpos humanos. Con el correr de los años algunos de ellos se separaron y conformaron la base de acervos especializados para nuevos museos en el país. Hoy en día, a casi dos siglos de la constitución formal del Museo Nacional, Miruna Achim, Susan Dean-Smith y Sandra Rozental reúnen en esta obra diez trabajos de autores que analizan estas colecciones desde distintas perspectivas para conducir a los lectores a la reflexión sobre la ubicación, conservación y comunicación que estas piezas revelan desde sus diferentes espacios museísticos. Las páginas de esta obra tienen como constante manifestar que las colecciones de un museo son el resultado de numerosos motivos y procesos, desde las condiciones de procedencia, su integración en los acervos, hasta los espacios donde se exhiben y almacenan, con el énfasis en la remoción, venta, pérdida y el olvido de muchas de ellas. Movimientos conocidos o velados que involucraron personas e instituciones ajenas a sus creadores, inmiscuidas en historias personales o colectivas que decidieron su destino. Lecturas diversas, construidas y descifradas, más allá de las funciones para las que estos bienes fueron originalmente elaborados, analizadas desde sus ambientes políticos y sociales en sus contextos temporales particulares. Uno de los principales antecedentes del Museo Nacional Mexicano se encuentra en las colecciones de antigüedades reunidas durante el dominio del imperio español, donde a falta de un museo la Real Academia de San Carlos en la Ciudad de México fue un espacio propicio para la custodia de estos acervos. En el primer capítulo del libro Susan Deans-Smith plantea que desde mediados del siglo XVIII los objetos que aquí se encontraban eran considerados feos y grotescos debido a que no respondían a los estándares de belleza occidentales delineados por el ambiente neoclasicista de la época. Demuestra además que, a pesar del rechazo de las piezas, la Real Academia apoyó la documentación de la antigüedad mexicana y puso de relevancia el adquirir un lugar adecuado para el estudio y exhibición de las mismas. El interés por las antigüedades mexicanas pronto desencadenó que se elaboraran piezas de manufactura reciente que imitaban estilos prehispánicos o combinaban con estándares de la época. Muchas de ellas fueron adquiridas por los museos, y con el tiempo se planteó la necesidad de distinguir entro lo falso y lo original. Esta discusión es presentada por Miruna Achim y Bertina Olmedo en el capítulo “Forgery and the science of the authentic”, un texto que aborda el estudio de las colecciones de falsos arqueológicos tanto del ahora Museo Nacional de Antropología como aquellos dispersos en otros museos. Ante ello argumentan la prioridad por definir lo auténtico para distinguir lo que es falso y viceversa. Hacen énfasis en cómo los ideales de lo auténtico se reflejan a través del diagnóstico y valoración de los falsos arqueológicos. El texto de Achim y Olmedo cuestiona los motivos que llevaron a la creación de estos objetos que se hicieron pasar como auténticos, cómo los museos adquirieron estos bienes, y por qué se perdieron o descartaron. Plantean que realizar un catálogo de falsos puede mostrar las distintas apreciaciones de lo que en su momento se consideró como auténtico. Destacan la importancia de los análisis arqueométricos para conocer las materias primas y tecnología prehispánicas, y si bien no son estudios concluyentes señalan que podrían aportar elementos para hablar de autenticidad. Pero la naturaleza de las colecciones del Museo Nacional en el siglo XIX y principios del siglo XX era diversa, es así que Laura Cházaro presenta la historia de una colección formada por restos de cadáveres, esqueletos y modelos anatómicos de papel maché y cera. En su texto pone en conocimiento que la formación de esta colección circuló intensivamente entre 1853 y 1912 tanto en el Museo Nacional de México como en el Museo de Anatomía Patológica afiliado con la Escuela Nacional de Medicina y el Hospital General de San Andrés. Estos objetos y restos de cuerpos estaban destinados a observaciones clínicas, construcción de patologías nacionales, historia de las enfermedades y como testimonios de condiciones raciales en México. Investiga la procedencia de los cuerpos, el modo en que fueron adquiridos y coleccionados, su valoración y comercialización, así como los intereses diversos de las instituciones y coleccionistas involucrados. Un caso concreto de cómo los bienes arqueológicos tienen finalidades y paraderos distintos queda manifiesto en el tablero del Templo de la Cruz de Palenque. Este relieve fue dedicado por K´inich Kan B´ahlam el día de su entronización en el año 684. Durante el siglo XIX cada una de las tres grandes lajas de piedra caliza que lo conforman sufrió historias divergentes, y en este libro Cristiana Bueno en “The Tangley journey of the Cross of Palenque” indaga y presenta sus trayectos y desenlaces. Cada una de las tres lajas fue desprendida en distintos momentos, hasta que finalmente fueron reunidas en 1909 como una de las piezas centrales para la inauguración del entonces Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología. El trabajo de Cristina Bueno evidencia el caso como un ejemplo del tráfico internacional de bienes arqueológicos y los actores involucrados, así como la intervención de los gobiernos y las relaciones diplomáticas entre ellos para recuperar su patrimonio. Manifiesta la necesidad de la legislación vigente para la protección, recuperación y control del patrimonio nacional, y hace énfasis en el esfuerzo de los gobiernos y comunidades locales por proteger sus bienes culturales. Los movimientos y destino actual de las colecciones que integraron el antiguo Museo Nacional es un tema central en este libro. Las colecciones de historia natural fueron de las primeras en conformarlo y la primera en separase para constituir el Museo Nacional de Historia Natural hoy Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental. Los movimientos de esta colección son discutidos por Frida Gorbach en el capítulo 5. Su objetivo principal es cuestionar el paradero de estas antiguas colecciones a partir de las piezas que se exhiben actualmente. Hace saber con sumo cuidado que después de 1909 cuando las colecciones salieron del Museo Nacional la mayoría de ellas tuvo una ubicación incierta, ya que de los 64,000 especímenes naturales conocidos solo sobrevivieron cinco. El texto nos conduce a recapacitar sobre el valor de las fichas, archivos y documentos escritos que contienen no solo los datos descriptivos de los objetos, sino de aquellos que registran su ubicación y actualización de movimientos. Estos archivos deberían ser la voz principal para recuperar sus historias perdidas o veladas. Asimismo, la falta de documentación sobre su historia registral debe conducirnos de manera urgente al registro de los testimonios orales de quienes aún viven y fueros testigos de estos cambios. Este capítulo nos orienta a tener presente que los acervos en los museos se constituyen tanto por las piezas de sala, los resguardos en bodegas, los bienes en préstamos o itinerantes en exposiciones temporales, así como por los acervos documentales y fotográficos. Los archivos fotográficos conservan información visual no solo de las piezas, sino del registro de la historia museográfica y como recursos de comunicación en las vitrinas. Los archivos fotográficos son registros que encierran datos que muchas veces no son visibles en otros documentos y que esperan ser develados. Este el caso de la investigación presentada por Haydeé López Hernández en “Clues and gazes. Indigenous faces in the Museo Nacional de Antropología”. Ella realiza el estudio de una serie de fotografías de grupos étnicos destinadas como recursos museográficos en las salas etnográficas de 1960. Si bien ahora forman parte de un archivo fotográfico varias de ellas yacen en oficinas y pasillos. A partir de estas imágenes indaga en la inclusión de la fotografía como documentos visuales que interactúan con el observador al interior de una sala de museo. Como bien señala, estas fotos tenían el objetivo de crear narrativas con la reinserción de rostros indígenas reducidos a tipos ideales que ocultaban su individualidad e historicidad, por ello una de las exigencias de su pesquisa es rescatar la historia perdida de tipos étnicos en un limbo atemporal. Pone en conocimiento que este registro fotográfico descartado y olvidado evidencia el discurso museográfico como un ejemplo del fotoperiodismo de mediados del siglo XX que amplió sus parámetros para documentar la vida y actores cotidianos. Estas fotos, como concluye la autora, tuvieron un lugar en el nuevo Museo de Antropología como parte integral de las salas de etnografía y del indigenismo como el principal centro de su narrativa. Pero las colecciones del antiguo Museo Nacional integraron no solo patrimonio de nuestro país, colecciones de otras latitudes se incluyeron en sus acervos. Carlos Mondragón en el capítulo 7 presenta una importante colección de objetos de Oceanía e islas del Pacífico Noroeste que en su mayoría fueron compradas por Miguel Covarrubias y Rubín de la Borbolla. El principal antecedente de esta colección fue la creación de una serie de seis grandes mapas murales pintados por Covarrubias para una trascendental exposición internacional en San Francisco con la representación de la gente, flora, fauna, transporte y arquitectura de estas costas. La investigación de Covarrubias para pintar estos murales, así como su participación en la exposición Arts of the South Seas en el Metropolitan Museum of Art en 1943 fueron los agentes definitivos para integrar esta gran colección. Un acervo que fue además el resultado de los vínculos entre Covarrubias, el Museo Nacional y personajes como Bronislaw Malinowski, Franz Boas, Ruth Benedict y Margaret Mead. En este capítulo el autor no solo aborda la manera en que estos objetos fueron coleccionados, interpretados, exhibidos y almacenados, sino que argumenta su preocupación por recuperar su contexto original como bienes rituales elaborados para dar presencia tangible a espíritus y fuerzas vitales. Su estudio indaga en la persona de Miguel Covarrubias, su interés comparativo entre regiones culturales, y su participación central en la construcción de la narrativa expuesta en el Museo Nacional. Por otro lado, varios hallazgos y colecciones arqueológicas desde el siglo XIX hasta el día de hoy han sido conocidos por la construcción de obras de infraestructuras tanto nacionales como particulares. En 1842 el presidente Antonio López de Santa Anna concedía al empresario mexicano José de Garay derechos para construir un canal a través del Istmo de Tehuantepec. Como parte de esta construcción se hizo una valoración del área que produjo mapas y estudios geológicos publicados en la obra de Cayetano Moro de 1844, al mismo tiempo estas exploraciones favorecieron la colecta y recuperación de minerales y piezas prehispánicas. En este contexto Miruna Achim presenta una investigación que expone en su texto “Tehuantepec on display: Tlalocs, theodolites, fishing traps, and the cultures of collections in the mid-nineteenth century” donde explora el hallazgo y traslado de dos figuras cilíndricas de barro encontradas en la isla de Monopostiac identificadas como el dios de la lluvia. Estas piezas estaban en el Museo Nacional en 1843 y actualmente se exhiben en la sala de Oaxaca del Museo Nacional de Antropología. A partir de su estudio Achim nos lleva a considerar por un lado, las premisas, tensiones y contradicciones que dieron forma al coleccionismo del siglo XIX, así como a la manera en que los objetos son extraídos de sus contextos originales y cómo se resignifican dentro de una narrativa de progreso y modernidad. Lo que se exhibe en los museos responde a un discurso museológico construido por los curadores y por las orientaciones marcadas por las instituciones. Sin embargo, estas narrativas pueden tener distintas lecturas por parte de los observadores, hay elementos que pueden saltar a la vista y parecer fuera de una explicación coherente, no solo como parte del guion, sino incluso al interior de una sala y hasta de un museo. Este es el caso que expone Mario Rufer en el capítulo 9 a partir de un objeto conocido como Emblema Purépecha Nacional. Se trata de una réplica del Escudo Nacional de México elaborado con plumas en torno al año 1829 y que actualmente se exhibe en la sala etnográfica de Pureécherio del Museo Nacional de Antropología. El autor presenta una crítica a su ubicación dentro de la sala debido a que se exhibe como una artesanía de plumas y no como un elemento bélico. Enfatiza el silencio dado a los movimientos y resistencia de los grupos indígenas recientes en contraposición con la exaltación de la guerra prehispánica en las salas de arqueología. Un objeto ambivalente considerado como una artesanía, un símbolo de cultura nacional o ambos, reflexión que manifiesta Rufer a partir de un análisis histórico sobre su procedencia y llegada al museo. El último capítulo del libro presentado por Sandra Rozental, es la investigación de una emblemática escultura ubicada sobre la Avenida Reforma de la Ciudad de México junto a uno de los andenes de acceso al Museo Nacional de Antropología. Este monolito fue encontrado cerca del pueblo de San Miguel Coatlinchan y trasladado al Museo Nacional en 1964 para su exhibición en el nuevo edificio de Chapultepec. La autora explora el significado de la gran escultura y sobre todo las implicaciones de su traslado y emplazamiento sobre una de las avenidas más importantes de la ciudad, así como el impacto que este acontecimiento dejó en la comunidad. Su ubicación en este importante espacio público, como manifiesta Rozental, la han convertido en un agente activo de la vida pública de la ciudad, ideal para la apropiación de diversos actores y movimientos sociales que la utilizan para denunciar las políticas autoritarias del estado mexicano. Al mismo tiempo, revela los cimientos del museo en historias interpretadas con violencia y despojo forzado ocurrido como parte de las políticas culturales del gobierno mexicano en la década de 1960. Las investigaciones presentadas en este libro editado por Miruna Achim, Susan Dean-Smith y Sandra Rozental se sumergen en la formación del Museo Nacional Mexicano y nos exponen en sus distintos capítulos la integración y separación de sus colecciones en nuevos espacios que actualmente conforman varios de los principales museos de México. La publicación refleja desde diferentes ópticas la mirada puntual y crítica de sus investigadores sobre el coleccionismo en México, el manejo de colecciones en los museos, las narrativas ocultas y expuestas en sus diferentes acervos, así como el impacto social de las políticas culturales del gobierno reflejado la exposición de algunas piezas. Esta obra incita a la reflexión del quehacer museológico como parte de la producción material de nuestro tiempo que se hereda para nuestro juicio a las próximas generaciones.
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